Las bolsas son un elemento indispensable en nuestro día a día, de ahí su importancia desde el punto de vista publicitario: son, dentro del amplio rango de productos promocionales, un item que combina economía, utilidad, amplio espacio para creatividad y alto grado de visibilidad e impacto. Su campo de aplicación abarca desde todo tipo de establecimientos de venta al público, con modelos específicos para panaderías o vinotecas, por ejemplo, hasta el ocio o actividades formativas, ferias y congresos.
Sin embargo, el aumento de la conciencia ecológica ha modificado los hábitos de consumo y ha puesto en tela de juicio el empleo de determinados materiales que, tradicionalmente, eran de uso común y extendido en la fabricación de las bolsas.
¿Plástico o papel?
La celulosa empleada en la fabricación de bolsas de papel procede de la madera de los árboles, material biodegradable y renovable, pero… ¿proviene esta madera de un proceso de cultivo y tala responsable? Desafortunadamente, lo más probable es que no. En el caso de los plástico las consecuencia medioambientales son conocidas: provienen de un recurso no renovable cuya extracción conlleva consecuencias desastrosas para el medio. Pero lo que seguramente desconocemos es que la producción de bolsas de papel (no procedentes de reciclaje) implica el consumo de grandes cantidades de agua (como unas 17 veces superior a la consumida en el caso del plástico) y energía (unas 3 veces más), con liberación de grandes volúmenes de gases de efecto invernadero.
Atendiendo al desecho y reciclaje, este proceso es contaminante en ambos casos, si bien el papel es biodegradable a corto plazo y el plástico, mucho más resistente a la degradación, suele llegar en grandes cantidades al medio natural (se calcula una tasa de reciclaje de entre 0,5 y 3%), provocando grandes daños a los ecosistemas.
Alternativas
Asumiendo el primer lugar la importancia de la política de reducción, reutilización y reciclaje, sea cual sea el material al que nos refiramos, existen alternativas de materiales naturales, como la multifibra o el yute, cuya resistencia favorece una reutilización prolongada.
Entre las opciones desechables, existen ciertos bioplásticos procedentes del maiz que son biodegradables y su impacto medioambiental es siempre menor.